José María Martín Filío ha obtenido el primer premio del Concurso Literario de AUDEMAC por el relato que os presentamos hoy, Lejos de mi árbol.

 

LEJOS DE MI ÁRBOL

Aquí me veis, volando sobre mis queridos árboles, cada vez más alto, más lejos, ya casi ni los puedo distinguir.

Vivía sujeta a mi roble y una ráfaga de viento me arrancó. Es verdad que me pilló más vieja y más débil que en otras ocasiones, pero yo creo que me dejé hacer porque ya iba teniendo ganas de volar. 

Siempre he sido afortunada. 

Nací en un bosque viejo, donde no te limitabas a hablar con otras hojas de roble como tú, sino que tratabas con muchas de otras familias. 

Había unas de castaño que solían dejarse caer por allí en las tardes ventosas de otoño. Me hablaban de historias de peregrinos, meigas y lobos. Las habían oído contar a los paisanos de sus aldeas a la lumbre de un magosto, y eran mis hojas favoritas.

Y no sólo hablaba con hojas. Me gustaba escuchar los sonidos del bosque, lo mismo en una noche de tormenta que en el silencio del verano, cuando una puede oír a todos sus habitantes afanándose por vivir un nuevo día.

Muchos animales se pasaban por debajo de mi roble, para refugiarse del calor o comerse nuestras bellotas. Y todos tenían algo que contar. 

Los ciervos siempre estaban ojo avizor. Decían que entre los lobos y los cazadores les hacían la vida imposible, me contaban sus últimas escaramuzas y me ponían al día de las bajas que habían tenido. Yo, cuando los oía, me consideraba una privilegiada por estar a salvo allí en lo alto. 

También veía a un grupo de humanos que pasaban a menudo por allí y que solían sentarse a la sombra de mi roble. 

Iban vestidos con ropas de colorines muy ajustadas, sobre todo las chicas. Llevaban unos bultos a la espalda y unos bastones que usaban para andar. Hacían mucho ruido, y no paraban de comer, hablar y reír. A la mayoría de las hojas les molestaba su presencia, que perturbaba la paz del bosque, decían, y era verdad, pero a mí me entretenían.

Hablaban de algo que llamaban el mar, y de muchas otras cosas desconocidas que despertaban mi imaginación. Yo los escuchaba con interés, me parecía que sabían de todo, sobre todo los chicos que hablaban más fuerte.

Y esa fue la primera vez que sentí deseos de abandonar mi roble e irme con ellos para seguir oyendo sus historias.

Y ahora, un chorro de aire caliente me ha llevado más alto y he podido ver a lo lejos una gran mancha azul. Pasaba a mi lado un águila conocida, y le pregunté qué era aquello. Me dijo que el mar. 

Era la cosa más hermosa que había conocido. No tenía árboles, pero pensé en la cantidad de seres desconocidos que vivirían allí, y la de cosas nuevas que podrían enseñarme. 

Ya no me alimentaba mi roble y mi visión empezaba a estar borrosa, pero todavía quería saber. Y con mis últimas fuerzas, aproveché el viento favorable y me esforcé por volar hacia el mar. Caería sobre él y seguro que aún me daría tiempo para conocer a alguien que me contara algo.

Me alegré de que aquella ráfaga me hubiera arrancado de mi árbol, y vi que todo estaba bien, que seguía siendo afortunada.

 

La profesora Nieves Algaba, miembro del jurado, nos ha hecho llegar su comentario de la obra ganadora:

Son muchas las veces que a lo largo de la creación literaria se ha utilizado el recurso de la animación para dotar de aliento a los objetos, del mismo modo que se ha empleado la prosopopeya para personificar cualquier elemento y forzarlo a pertenecer a la categoría de lo humano. En este sentido, reconozco que tengo debilidad por el viento-hombrón de Lorca que quiere levantarle el vestido a la gitana Preciosa.

Pues bien, amparado en este recurso, el delicioso relato ganador de este certamen y titulado “Lejos de mi árbol” nos presenta a una hoja de roble viajera que posee la cualidad más intrínsicamente humana: la curiosidad. Por eso, escucha, escucha… Escucha las historias de peregrinos y meigas que cuentas las hojas de los castaños; escucha las historias de supervivencia de los animales; escucha las conversaciones de los jóvenes… y oye hablar del mar. Y es entonces cuando siente la necesidad de conocer todavía un poco más, aunque para ello tenga que desgajarse del árbol. Y todos sabemos lo que implica dejar de recibir la savia del roble. Les animo a que lean el relato para que aprecien la extraordinaria sensibilidad con que se muestra cómo la hoja va desfalleciendo. Pero poco le importa: la hoja seguirá sintiéndose afortunada por haber podido viajar/descubrir/vivir. 

También nosotros somos afortunados de contar con tanto talento entre nuestras aulas. ¡¡Enhorabuena, querido José María!!