El segundo premio del Concurso Literario de AUDEMAC ha correspondido a Berta Vargas Gallego, autora del relato Voraces, el cual reproducimos a continuación.
VORACES
Este sol estival me arranca del sueño. Esta luz que fortalece mi ánimo. Ayer se fue Facundo. Se fue para siempre después de diez años juntos. Yo no le daba buena vida, eso dijo. Apenas hablábamos, no me dirigía la palabra desde hacía meses. No pronunciaba mi nombre. Si nadie pronuncia tu nombre, empiezas a dudar de tu propia existencia. Comíamos en silencio y después cada uno se iba a sus asuntos hasta la comida siguiente. Ayer recogió su ropa, sus botas, sus herramientas, sus libros, y se fue. Me dejó en esta casa en medio del campo con un coche viejo. El perro, que ayer era nuestro, hoy es sólo mío. No quiso ir con él, aunque Facundo insistió repitiendo su nombre y acariciando su cuello. Los perros saben con quien quedarse. Se quedan con los que no tienen nubarrones en las entrañas. Se quedan con los que dejan entrar la luz.
Hoy, en el pueblo, hablarán de nosotros y también de esa chica que trabaja en la biblioteca. Todo se sabe. Hablarán de un triángulo que ya no es. Decido ir al pueblo, pasearme entre los silencios y las miradas insistentes de los demás. Miradas que preguntan sin pronunciar una palabra, miradas que quieren saber. Necesitan indicios de mi drama. No los van a tener. Abro la puerta trasera y el perro sube al coche. Me siento al volante. Las puertas están cerradas para que el aire acondicionado nos proteja del calor que hace fuera. Noto que el perro se inquieta. No le hago caso. Enciendo el motor. El perro sigue inquieto. Doy marcha atrás y empieza a ladrar. Salgo del coche. Abro la puerta de atrás para que salga y deje de ladrar. El perro sale. En el interior de la puerta trasera detengo mi mirada en unas larvas unidas al cristal. En cuestión de segundos, unos insectos amarillos orbitan alrededor de mi cuerpo. Los conozco bien porque soy alérgica a su picadura. Cierran círculos. Soy centro. Me cautiva su vuelo. Sé que sus vesículas rebosan veneno, pero no puedo dejar de mirar. Han abierto una herida en mi carne blanquísima. Intento zafarme de la nube que me rodea y que provoca un siseo cada vez más fuerte. Voy al interior del coche y cojo un recipiente alargado con un líquido dentro. Presiono los dedos y un vapor letal los enmudece. Me sorprende la misteriosa geometría de la muerte: los bucles son ahora trayectorias rotundas y caen al suelo como si fueran de plomo.
Empiezo a llorar y no sé por qué. No es porque Facundo se haya ido. No es porque su ausencia de palabras me haya convertido en una suerte de espectro. Ni siquiera por su deslealtad. Lloro porque la muerte estaba ahí, tan cerca. Si no hubiera salido del coche, la reacción alérgica hubiera sido letal. El perro viene hacia mí y lame mi brazo hinchado. Lloro porque mi vida ha estado a punto de terminar y no está cumplida. Presiento que en mi interior hay algo oscuro y voy adentro, a lo oscuro, a lo aún más oscuro, allí donde habita la tristeza, la ira, la rabia, y el deseo de venganza.
Pero esta luz estival…
En mi corazón hay nidos de larvas, ávidas de flores, voraces como avispas.
A propósito del relato, el miembro del jurado Nike Ortín nos dice:
Si nadie pronuncia tu nombre, empiezas a dudar de tu propia existencia. Aunque hace meses que él no le dirige la palabra, acaba de abandonarla y ya se duele de la ausencia, del drama que no está dispuesta a compartir con quienes preguntan sin pronunciar una palabra.
Pero el destino no respeta su luto, sometiéndola a una prueba que le recuerda que, a pesar de la oscuridad que se le ha instalado en las entrañas, su vida no está cumplida.
Una historia emocionante que se nos cuenta de la mejor manera posible, sin concesiones al sentimentalismo y con una prosa tan afilada como los aguijones de los insectos que hipnotizan a la protagonista.
Por todo eso Voraces merece ser premiado. ¡Enhorabuena, Berta!
Nike Ortín